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Carta a mí misma


posted by Athenea

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Tengo estas líneas hace mil años en mi cabeza, con poco coraje para escribirlas y dejarlas plasmadas en alguna parte. Sin embargo, dentro de poco -se supone- que estaré muy, muy ocupada y que no tendré mucho tiempo para muchas cosas, así que aprovecharé el hoy y lo dejaré escrito así, como salga. Esto no es para nadie más que para mi.

Mí misma de no se en cuánto tiempo, cuando leas esto, acuérdate de lo que pensabas y sentías sobre ti misma y sobre los demás. El 2018 fue un año que te enseñó que un trabajo es eso, simplemente un trabajo, y que nunca podrá ni deberá estar por encima de la familia. Te enseñó también que lo más importante es la familia, aunque a veces seas una hijueputa con ellos y no los valores como deberías. Te dejó la lección de aprender a valorar el tiempo, porque lo único que tenemos seguro es la muerte, y ya te ha rodeado demasiado cerca, demasiado tiempo. Te enseñó que los que pensabas que eran tus amigos realmente no eran tan amigos, y que las personas que menos pensabas realmente iban a estar ahí para ti. Te dejó también como lección que la vida se vive mejor despacito, sin afanes, viendo atardeceres y amaneceres (así sea por la ventana), caminando mientras disfrutas la brisa, el canto de los pajaritos y de Luna. El 2018 fue un año de grandes y radicales cambios, y aunque no pasó nada de lo que tenías planeado, pasaron otras cosas que no tenías planeadas y que fueron o han sido para mejor.

En el 2018 caíste en cuenta de los números de la vida. Ya sabes que tus padres no están tan jóvenes, que tú misma ya no eres una pelaíta, que tus hermanos también están grandes, y que hasta Luna está entrando en años. Y eso te hizo abrir los ojos a lo que debería ser tu vida de adulta, esa que no es que hayas evitado, pero que has visto hasta ahora con otro enfoque. Fue en este año que dijiste que era hora de ir pensando eso de tener hijos, aunque si eres 100% sincera contigo misma no es algo que todavía quieras. Sin embargo, la matemática no miente, y ya va siendo hora.

Recuerda, y ojalá esto cambie, que en este momento de tu vida la principal motivación de que en algún momento de este año - o del que viene- busques un hijo, es por tus papás y tu esposo. Recuerda que no tiene nada de malo querer ser mamá no por ti misma o por tu propia felicidad, sino por la felicidad de los demás, por verle la cara de amor derretido a tu esposo cuando sea papá, a tus papás cuando sean abuelos, o a tus hermanos cuando sean tíos. Sonará mal y para algunas personas no estará bien, pero acuérdate cuando pensabas -y sentías- que lo hacías más por darle felicidad a otros que por darte felicidad a ti misma, no porque no creas que no serás feliz, sino porque ya eres feliz como estás, donde estás, con quien estás, y porque eres tremendamente consciente de lo mucho que cambiará tu vida, de lo cómoda que eres y siempre has sido, y de lo difícil que será, según lo que todo el mundo te dice. Que ya no serás tú sino tú por y para alguien más, que ya no dormirás, que ya no comerás tranquila, ni durarás media hora en el baño, ni te levantarás a las 10 de la mañana, ni pondrás la lavadora solamente 2 veces al mes. Pero pues, que va siendo hora.

Y sobre ese tema, varias cosas. Cuando ese momento te llegue, si es que te llega, no seas la mamá que tanto criticas. No seas la mamá que todo lo esteriliza, que sobreprotege, que no hace nada por sí misma si no tiene ayuda al lado. No seas la mamá que piensa que su hijo es más o mejor que todos los demás niños, y que por ende toda la humanidad debe sentir y pensar lo mismo. No seas la mamá que solamente habla de sus hijos, y menos cuando estés con mujeres que no son, no quieren o no pueden ser mamás. No seas la mamá que depende de su mamá para todo. No seas la mamá que carga con cien mil chécheres que no usa, pero que encarta a todo el mundo. No seas la mamá que va detrás del pelaíto para evitarle/quitarle/limpiarle todo. No seas la mamá perfecta. No seas la mamá fresca. No seas la mamá cansona, cantaletera, regañona; pero tampoco seas la mamá que todo lo deja ser y todo lo deja pasar. No seas la mamá que no controla a sus niños en medio de una pataleta, o que los deja molestar a los demás, pretendiendo que los otros se aguanten la gritería y la grosería porque tú no lo quieres enfrentar. No seas la mamá indisciplinada, que no enseña a sus hijos a ser obedientes, inteligentes, ordenados. Acuérdate que los pelaos crecen, y más bien disfruta con ellos, juega con ellos, jode con ellos, ensúciate con ellos, que en menos de lo que piensas ya son grandes y te salen con groserías.

Ojalá se te pase el miedo visceral que tienes -y con algo de razón- a que en algún momento puedas no quererlos, o que desde el primer día te arrepientas o que pienses que para qué fue eso. O que un día simplemente amanezcas fastidiada, como te suele pasar, y mandes todo para el carajo... con la pequeña diferencia de que aunque quieras, no lo podrás hacer. O que nunca sientas eso que muestran las propagandas de pañales y shampoos, eso que te dice todo el mundo de que "vale la pena", y que simplemente sean unos niños más para ti, como todos los otros niños del mundo. Ojalá un día te despiertes, como dicen muchos, con el instinto maternal a flote y que digas desde el fondo de tu corazón que quieres ser mamá, para que todos estén tranquilos y felices, porque es lo que se supone que debe pasar.

Acuérdate que pensabas también, y cambiando de tema, que no vale la pena sacrificar la familia por el trabajo o por plata. Si en algún momento de la vida llegas a tener mucho dinero, no te olvides que la mejor manera de vivir es siendo sencillo, sin gastar en lujos innecesarios y poniendo siempre - siempre- primero a la familia. No se te olvide que cuando te mueras no te llevarás nada.

Intenta ser mejor persona, sonreír más, calmarte más, pensar más antes de explotar como lo haces. Sigue quedándote callada, que has aumentado mucho tu tiempo de reacción ante cualquier cosa, y eso es positivo. Lee más, estudia más, vuelve a leer y a estudiar también la Palabra de Dios. Disfruta de tus padres, que no serán eternos, de tus tíos, de tus primos, de tus hermanos, de tu familia. Eso, por encima de cualquier cosa, es lo que realmente importa.

No dejes que la muerte te vuelva insensible, no dejes que la plata entumezca tu corazón. Acuérdate que de vanidad vive el hombre, pero tú debes hacer tesoros en el cielo y no en la tierra. Piensa siempre que las demás personas también tienen problemas, que aunque tú pienses que la mayoría simplemente son idiotas, cada uno está haciendo su mejor esfuerzo. Sé cercana a las personas con las que trabajas y que trabajan para ti, no dejes que el afán de todos los días haga que te olvides de ellos. Ten paciencia, sal con tus papás, pelea menos con tu hermana, llama más a tu hermano, baila con tu esposo, y si quieres haz ejercicio. No te metas en peleas sobre el azúcar o la grasa, o la política o la religión, cuenta los centavos para que cuides los pesos. Abraza más, jode menos, cómete un flan, cómprale roscones de bocadillo a tu esposo y a tu papá, visita a la abuelita de tu esposo y a tus suegros, haz el esfuerzo de entender a tus cuñadas e intenta llevártelas bien con ellas. No vayas a tantas misas de muertos, pero acompaña a tus papás si quieren ir a recordar a los que ya no están. No grites tanto, no juzgues tanto, no pites tanto. Calma, que la vida corre que vuela y un día ya no estarás.

Visita a la familia, juega con Luna, anímate a ir en un invierno a visitar a tu hermano, ve más a la Bendición mientras la tengan, suelta el celular más seguido y deja que se apague más a menudo. Vuelve a escribir, saca tiempo de donde no hay -porque sí hay- para las cosas importantes, tómate una tarde y haz la siesta, o sal a pasear con tu goddi pedduddi. Trabaja con ganas o no trabajes, y si un día te aburres o no le ves mucho sentido a trabajar para otro, sal de ahí y trabaja por lo tuyo aunque no sea tan rentable. Eso sí, no seas irresponsable.

No sé que será lo que traerá este 2019, pero con las lecciones de 33 años de vida creo que vamos equipadas lo suficiente para afrontar la vida. Y dilo sin miedo, que Dios te escucha: pídele larga vida para ti y los tuyos, con salud, amor y todo lo suficiente.

Vive, y recuerda cuando eras más joven, que querías comerte el mundo con las manos, levanta tu cabeza y mira al cielo, dale gracias a Dios porque eres infinitamente bendecida y sigue. Camina. Avanza. Muévete, que para ti solamente está disponible lo mejor.

Disfruta, que la vida es una sola y es corta. Y un día, cuando tengas ganas y tiempo, responde esta carta a ver qué ha sido de ti, qué ha pasado y qué novedades hay. Espero, desde el fondo de mi corazón, que todo sean noticias positivas y felices, y que sigan en mi imaginación pero nunca en la vida real todos mis miedos y preocupaciones.

Con amor,

Yo.