No strings attached


posted by Athenea

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De amigos con derechos y otras practicidades (léase: "cosas prácticas").

Ahorita me vi la película que le hace honor al nombre del post, y me fui para el gym a pensar (sin saberlo) en plena clase de rumba.  Pensando, al ritmo de reggaetón, samba, merengue y hasta champeta, en las relaciones humanas (y en que compré mis tennis nuevos una talla más grande y me toca ir a cambiarlos) y sus derivados.

Labels. Etiquetas. Nombres. Llamamientos. Nombramientos.

Como los quieran llamar.  Es manía humana el ir poniéndole un nombre a todo, bien sea para poder "identificarlo" o para identificarlo.  Las relaciones hacen parte de la naturaleza humana, y pues, oooobviooo (léase cantado) no se iban a salvar de llevar un nombre.

Yo no soy la que más experiencia tiene en esto del "amor" ni mucho menos en aquello de las "relaciones".  Desde el colegio me consideré como Daria: apática, escéptica, valeverguista y hacía my best para intentar esconder o apagar a la romántica empedernida que llevo dentro, esa que soñaba (ejem) con príncipes azules, y hadas y maricadas de esas.

Sin embargo, luego de unas cuantas (no voy a decir cuántas, porque ya me fue mal siendo totalmente honesta antes) de esas "relaciones", con y sin sus comillas, llegué a la conclusión que, o soy yo la extraña-rara-loca, o definitivamente los labels se cagan todo. Sorry.

Y es que vamos a pensarlo, a ver.

Uno conoce a un niño, le cae bien o le gusta de una. Y digamos que si uno tiene suerte, también viceversa.  Y entonces uno cruza un par de palabras con él y bueno, ya nos hizo reír. Punto para el niño.  Le damos el teléfono, o el mail en estos casos, o el pin del bb, y empezamos a hablar. Lo vemos conectado, nos emocionamos y hablamos por horas enteras.  Trasnochamos hablando con él, y cuando la vida real nos llama para salir y dejar abandonada la pantalla o la línea telefónica, lo extrañamos. Venga, que a todas nos ha pasado.

Empezamos a salir con él, tal vez primero con algunos amigos extra, como para mirar cómo es la vuelta.  Un día nos invita a salir (a la "americana" o no), y le aceptamos la salida.  Nos ponemos lindas, nos emocionamos, buscamos el vestido más lindo (ni muy corto ni muy largo, ni muy transparente ni muy oscuro, ni muy revelador ni muy monjita, que le vaya a los tacones y al bolso, que le haga juego con las sombras de los ojos, y obvio, con el perfume), y nos hacemos las "locas", como si tooodo el tiempo nos viéramos así de divinas. Osea.

La primera salida es un éxito, nos tomamos alguito, nos reímos algo más, deli.  Luego otra, y otra y otra, y cuando menos lo pensamos tienen la delicadeza de preguntar que qué somos, o en el peor de los casos, nos presentan como sus novias -y de paso nos enteramos que lo somos-.  Osea.

Pasa el tiempo, y eventualmente, porque vamos, ya no estamos en la época de nuestros padres/abuelos, las cosas se tornan feas y aburridas, y estar juntos empieza a pesar, y qué jartera vernos, y qué jartera salir, y qué jartera el sexo, y qué jartera esto y qué jartera lo otro.

A lo que iba: el label.

¿En qué momento de la relación se pierde la espontaneidad de la amistad, la camaradería, la frescura, la independencia? ¿Cuándo, sin darnos cuenta, empezamos a ser un espejo del otro, un miembro del otro, una extensión del otro? ¿Por qué, en un lapso de tiempo más corto que largo, las cosas se apagan mientras que en la amistad pasan años y años y años y sólo crece y crece y crece?

Venga, no me digan que es que no he encontrado al amor de mi vida, que no me ha caído un polvito mágico (de esos de las hadas, no sean mal pensados), u otro embuste rosa. Come on.

Luego de pensarlo, al tiempo que sentía que los tennis en efecto son una talla más de lo que deberían, me di cuenta que a estas alturas del paseo estoy intentando de nuevo -no sé si con éxito o no- el ahogar y apagar a esa romanticona empedernida que aún espera un príncipe (pero ya no uno azul, sino uno como el Prince of Persia, así, igualito... uuuffff), un carruaje, rosas rojas y chocolates.... y maricadas de esas.

Sí, bueno, me quedaré esperando.

A estas alturas del paseo es más práctico, como dije antes en algún post, quedarse uno "solo".  Entre comillas, porque uno puede conseguirse un amigo "solo" (entre comillas), con quien no se vaya a pasar de la raya (en términos emocionales), pero con quien se crucen todas las otras fronteras.  Digo.

Como lo que tenían los de la película.  Amigos, sin celos, sin llamadas, sin apodos empalagosos, sin regalos de amor y amistad, sin detalles, sin apegos, sin obligaciones emocionales, sin nada de eso que apaga las relaciones.  Amigos, de salidas, de risas, de bailes, de encantos, de cuentos, de chismes, de historias, de trasnochadas, de madrugones, de paseos, de viajes, de polvos.

Y bueno, el que se enamore pierde. A no ser que se enamoren los dos. Pero eso nunca pasa. Sólo en las películas. Como esa que me vi. Osea.

Así que nada, que si me preguntan, en este momento de mi vida prefiero mil veces no ponerle un label a nada, y andar mejor con un amigo con derechos. No strings attached, y que la vida me sorprenda.  No sería la primera vez.

Y es que el label implica obligaciones morales, éticas, sociales, emocionales, sexuales y otras cosas más que vienen implícitas.  Implica restricciones, implica cerrar círculos, implica limitaciones, implica fronteras.  Implica muchas cosas para las que en teoría todos los adultos estamos preparados; pero para las que realmente están preparados las personas maduras, y todos sabemos -todos- que son realmente pocos los adultos maduros.

Es probable que yo no esté siendo -o actuando- con mucha madurez al escribir esto; pero qué más da.  Si he intentado relaciones cortas, largas, casuales, abiertas, a escondidas, gritadas, a distancia, muy cerquita, de años, de días, y ninguna -ninguna- ha funcionado.... ¿por qué no darle un shot a algo práctico, descomplicado y libre?

El que se enamore pierde. Porque enseguida pone el label. Y el label mata todo.

Así como la Coca-Cola mata al tinto. Así.

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