Ela


posted by Athenea

2 comments

Alguno de tus nietos mayores, cuando eran pequeños, debió haber tenido dificultades para decirte "abuela" y te decía "ela".  Y así te quedaste: Ela.

Cuando volví de México, que ya tenía algo de razón y un poco de memoria, te conocí.  Viví en tu casa, con tu hijo menor y algunos de tus nietos, mis primos.  Comí de tu comida, jugué contigo, anduve por tu espacio.  Me recibiste, me amaste, me consentiste, me quisiste.

Aprendí a llamarte Ela, y te quise y te quiero.  Crecí rápidamente, y tú tenías más nietos para compartir y darles amor.  Todas las navidades te ayudaba a armar y desarmar el arbolito, el pesebre y a poner los miles de adornos que ponías por toda la casa.  Me gustaba ver mi cara redonda y enorme reflejada en las bolas azules brillantes que le ponías al arbolito, y que cada año eran menos porque tus nietos las rompíamos. Pero tú no te molestabas.

Te reías, nos abrazabas, nos llenabas de spaghetti con arroz blanco (que luego jamás volví a comer), y de carne en posta con papas guisadas.  Todos los cumpleaños nos cantabas, y todas las navidades nos regalabas dinero.

Luego vendieron la casa, esa casa enorme que nos vio a todos juntos, y que vio el progreso de años y años de esfuerzo y trabajo.  Te fuiste a vivir con tu hija mayor y con tu esposo, Elo, de quien jamás te separaste.

Elo te decía Negra, a pesar que no podías ser más blanca, y él era tu Negro. Negro y Negra para todas partes, en un ejemplo de constancia, amor, paciencia y soporte para tus hijos y nietos.

Fueron envejeciendo poco a poco pero rápidamente, y fuiste perdiendo tu memoria.  Aunque a veces no sabías quiénes éramos, no dudabas en seguirnos atendiendo y en levantarte a calentarnos comida y servirnos gaseosa.  No dejabas que nadie más nos atendiera, tenías que ser tú porque ese era tu orgullo: tu familia.

Tus nietos mayores tuvimos la fortuna de compartirte y tenerte más tiempo.  De jugar contigo, de hacerte cosquillas, de hablar de todo y de nada.

Con los años, te fuiste apagando, lentamente.  Llegó tu primer (y para ti, tu único) bisnieto, y lo amaste y lo disfrutaste tanto como nos amaste y disfrutaste a nosotros.

Las navidades seguían siendo especiales, seguías recibiendo y dando regalos, amor, paciencia, cariño.

Pasó el tiempo, y a todos nos tocó verte ir.  Seguías con nosotros, pero ya no sabías quiénes éramos.  Hablar contigo era hacernos los fuertes, recordarte todos los días todo lo que habías vivido.  Salir de allí era romper en llanto internamente de ver cómo te nos ibas.... te nos ibas....

Elo se daba cuenta de todo.  No me imagino lo que ese proceso ha debido haber sido para él.  Te veía todos los días, cada vez más ausente, cada vez más distante pero aún ahí, en la cama, en la silla, viendo televisión.

Un día te desconectaste y no volviste jamás.  Te caíste y no pudiste seguir caminando, y te postraste en la cama de toda tu vida, de la cual no te volviste a levantar.  Te enfermaste, te enfermaste y te enfermaste, y este sábado 8 de Octubre decidiste que ya .... que ya era hora de descansar.

Nos tomaste por sorpresa, a todos.  Yo recibí el mensaje en medio de clase y hasta ahí llegó el día para mí. Creo que el jueves por la noche pasaste por mi casa a despedirte de tu hijo y de tus nietos, a quienes tanto nos amaste, y no me dejaste dormir.  Si eras tú, me arrepiento de haberte temido.

Te nos fuiste, súbitamente.  Decidiste dejarnos, y nosotros en nuestro egoísmo tuvimos que dejarte partir.

Elo lo sabía, aunque nadie se atrevía a decirle.  Llamaron a tu nieta mayor y me llamaron a mi, las dos psicólogas de la casa, para que le dijéramos.  Ella no se atrevió y se escondió a llorar.

Ela, fui yo la que le dijo a Elo que te habías ido.  Y aún se me arruga el corazón.  Ver cómo tu Negro, un baluarte y un faro para la familia, ejemplo de carácter, de firmeza y de semblanza, se resquebrajaba y te lloraba como un niño, y me abrazaba y me decía que ya no era nadie, mientras yo tenía que hacerme la fuerte para apoyarlo, Ela, eso, me partió el alma en dos.

Ver cómo llamaba a sus hijos, y todos te lloramos.  Cómo lloraba y lloraba y te llamaba y te extrañaba. Verlo abrazarme, un hombre poco afectuoso y dado a tocar y estar con la gente.....

Lo llevé a que se despidiera de ti, te tomó de las manos y lloró. Y con él lloramos todos.  Ya no estabas para vernos, ya no estabas para escucharnos.  Te dimos todo en vida, hasta lo que no debimos haberte dado.  Te fuiste con un corazón lleno de amor, y rodeada de lo que verdaderamente importa en la vida: tu familia.

Ela, fuiste ejemplo de madre, de mujer, de esposa, de abuela.  Fuiste ejemplo de trabajo, de esperanza, de soporte, de abnegación, de ayuda, de amor, de lucha, de paciencia.  Para mí, para todos.

Tus hijos te extrañan.  Dejaste un vacío en tu cama, en tu casa, en tu familia.  Mi papá, un hombre del mismo carácter de tu esposo pero más dado a la gente, lloró.  Primera vez en mi vida que veo a mi papá llorar.  Y a tus otros dos hijos.

Te nos fuiste Ela, y ahora descansas. Esperas a que vuelvan por ti, a levantarte de primero y con nosotros.

Me alegra tanto haber compartido tiempo contigo, que se me arruga el corazón.  Siento no haberte podido hacer disfrutar de otro bisnieto, pero me queda grabado que lo amarías tanto como me amaste a mí, como amaste a todos los tuyos.

Ela, descansa en paz.  Aquí sentimos tu ausencia, y desde aquí cuidamos a tu Negro.  Estate tranquila.

Te fuiste Ela..... y esta navidad no será igual.

Duerme tranquila.... ya nos volveremos a ver.

Te amo, Ela.  Hasta pronto.

2 comments

Leave a Reply

¿Cuál es tu historia?